Brilla el sol
en Madrid, la tenue luz del mes de enero anuncia recuerdo y memoria. Unos pensamientos nublados dominan la templanza de este amable invierno. Mis pasos
me dirigen al Senado, pero mi mente está en otro tiempo, el del miedo y en otro
espacio, el de la ignominia. El último hálito de vida viaja en el renquear de
un tren repleto de personas cuya mirada se muestra perdida y agotada, pero
anclada a ese suspiro de esperanza que nunca abandona al que vive. Un
escalofrío pétreo recorre por momentos mi ser.
Mis
pasos me dirigen al Senado, pero en mi mirada se reflejan sus truncadas ilusiones y los sueños de un futuro que no fue. Esa vida que anhelaba la cálida compañía de
una familia, que aspiraba a compartir simples momentos, que sentía el amor en una
sonrisa y una caricia se ha desvanecido entre la niebla del horror. Aquel hogar mudó en unos barracones nutridos de
soledad y desaliento. Oigo en mi mente la voz del poeta oriolano: Tengo estos huesos hechos a las penas/ y a las cavilaciones estas sienes: / pena que vas, cavilación que vienes/ como el mar de la playa a las arenas.
Mis
pasos me dirigen al Senado, pero en mis manos siento el rugoso tacto del terror
y la muerte. Los siento, caminan hacia ella con la dignidad del justo ante la
derrota de la justicia. Los siento, marchan ya solos ante la multitud. Los
siento, se despiden del vocerío que nadie ha oído…: Como el mar de la playa a las arenas, / voy en este naufragio de vaivenes/ por una noche oscura de sartenes/ redondas, pobres, tristes y morenas.
Mis
pasos me dirigen al Senado, pero en mi corazón hay memoria, recuerdo, esperanza y el deseo de que el amor
nos guarde de tanta vergüenza: Nadie
me salvará de este naufragio/ si no
es tu amor, la tabla que procuro, / si
no es tu voz, el norte que pretendo.
El
pasado 29 de enero, el Senado acogió los actos de recuerdo del Día Oficial de la
Memoria del Holocausto y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad.
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